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A treinta años de “La Laura”

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02/03/13

El martes próximo arranca Expoagro, la mayor muestra mundial de tecnología agropecuaria en acción. Vale la pena recalar en el evento por un simple dato: con esta edición se cumplen treinta años desde la tan recordada Expodinámica de La Laura, en Chacabuco, que me tocó organizar y conducir.

Desde entonces, y sin solución de continuidad, estos eventos se constituyeron en una de las palancas clave de la Segunda Revolucion de las Pampas.

Allí se lanzaron los grandes hitos tecnológicos que permitieron el cambio fenomenal de la agricultura argentina. Recuerdo que en La Laura el evento principal era la pasada de los arados de reja, con tractores echando los bofes con bocanadas de humo. Pero en poco tiempo el arado desapareció de la escena. Y en su caída arrastró a los cinceles, los cultivadores de campo, las rastras de discos y de dientes, los vibrocultivadores, los rabastos, los escardillos… Esta parafernalia destructora de suelos fue dejando su lugar a la siembra directa. Los chacareros se convencieron rápidamente de que era posible eliminar el laboreo y sustituir el control mecánico de malezas por el control químico.Enorme ahorro de energía, freno a la dramática erosión de los suelos provocada por los implementos tradicionales.

La agricultura bajo cubierta de rastrojos permitió recuperar la materia orgánica de los suelos. Y, con ella, mejoró la permeabilidad, desapareció el clásico “planchado” de los suelos, precursor de la erosión hídrica y eólica.

Pero la teoría se tenía que bajar a tierra. Y las expodinámicas fueron el instrumento.

Recuerdo el stand de Aapresid, la organización que nació a principios de los 90 para impulsar la SD: un sencillo exhibidor mostraba cómo un suelo cubierto de rastrojo capturaba más agua de lluvia que uno pelado.

Hoy, nadie en el mundo obtiene tantas toneladas de grano por milímetro de agua de lluvia que un productor argentino. Nadie produce con menos consumo de gasoil por hectárea.

La huella de carbono de la agricultura pampeana es incomparablemente favorable respecto a la de los países de agricultura “desarrollada”. Ellos siguen en la edad de hierro, con el arado que Rómulo usó para trazar el perímetro de Roma hace 2000 años.

En estas playas, como contraste, nació el uso de nuevos materiales, como la fibra de carbono, que ya fue incorporada por algunos fabricantes de pulverizadoras para aumentar el ancho de labor y reducir drásticamente el peso.

Eso también es huella de carbono: menos consumo, menos peso, menos pisada, menos compactación.

Expoagro concentra visitantes de todo el mundo, que vienen a ver in situ los atributos de esta revolución. Buscan sembradoras directas, pulverizadoras automotrices, sistemas de almacenaje flexibles. Porque en la Argentina, el aluvión agrícola se atajó con el silo bolsa.

Entre 1983 y el 2003, la producción se duplicó, y aunque no hubo una gran expansión en la capacidad de almacenaje fija, el embolsado de granos terminó con el problema crónico de los montones de granos tirados en el campo.

Las compañías de semillas también encontraron en este ámbito el medio ideal para mostrar su cada vez más diversificada paleta de productos. Constituyeron desde el primer momento uno de los grandes atractivos de la muestra. En ellas los chacareros tuvieron su primer contacto con la biotecnología, la impactante irrupción de los transgénicos a partir de la soja resistente a glifosato. Uno de los hitos fundamentales del gran cambio.

Expoagro no es una fiesta, ni siquiera una celebración. Es un mojón en la permanente huida hacia delante de miles de productores que están dispuestos a pelear en todos los campos.

También en el de la tecnología, que hoy no es el único, pero sí indispensable.