"El Desarrollismo del Siglo XXI" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 9 Noviembre 2013

  • Imprimir

El miércoles pasado, Jorge Castro presentó su nuevo libro, “El desarrollismo del siglo XXI”. La obra llega en el momento justo. El autor lo aclara en el primer párrafo: “Ha comenzado la transición entre el sistema de poder surgido en la Argentina a partir del 2003 y una nueva estructura de decisiones capaz de guiar al país en la segunda década del siglo XXI, con rasgos acordes a la época y a la fisonomía adquirida por la historia mundial”.

El que avisa no traiciona. En esta obra imperdible, Castro nos está mostrando, en el medio de la densa niebla que reina en estas pampas, un rumbo certero. Sobre todo para los del campo y la agroindustria, que tendrán que operar en consecuencia.

El autor analiza la evolución del capitalismo, tomando conceptos de quienes considera sus principales teóricos, Marx y Schumpeter. Desfilan Kausky, Trotsky, Deng Xiao Ping. Hay un denominador común: la visión sobre la fuerza arrolladora de un sistema económico condenado a una permanente fuga hacia adelante. Un siglo después, la fuga continúa, ofreciendo nuevas oportunidades a la humanidad. Rescata Castro un párrafo de Trotsky: “La ley fundamental de la historia es ésta: la victoria pertenece en última instancia al sistema que asegure a la sociedad humana el nivel económico más avanzado”.

La fuga continúa.

Luego del encuadre teórico, Castro se sumerge en nuestra historia del siglo XX. Juan Perón, Rogelio Frigerio, Silvio Frondizi, Federico Pinedo y un nuevo denominador común: el rol de la inversión extranjera en el desarrollo nacional. Perón comprende esto en 1954, cuando abre la explotación del petróleo al capital global, y Frigerio lo va a concretar pocos años después. Es el desarrollismo del siglo XX. El del siglo XXI consiste en “atraer la inversión extranjera directa de las compañías globales, que son la manifestación institucional de las cadenas transnacionales de producción”, dice Castro. “Esto implica que los países en desarrollo que no logren integrarse en estas cadenas, al no atraer o expulsar a la inversión directa de las empresas globales, se marginan por su propia voluntad del nuevo cuadro mundial; y por esa vía, se tornan crecientemente irrelevantes, lo que significa que atengan contra el interés nacional.” Jorge acaba de volver de China, por enésima vez. Corroboró lo que sabe desde hace tiempo: China, Brasil y la India constituyen el nuevo polo de atracción.

Hay una convergencia estructural acelerada del mundo emergente con el desarrollado. Aquél fue responsable de más del 80% del crecimiento global en 2011-2012. Y esto recién empieza...

En este proceso, la Argentina encontró su lugar. Y respondió con la fuerza de una realidad que siempre se subleva ante los errores o la falta de visión estratégica. La agroindustria realizó (y sigue realizando) una profunda revolución tecnológica y organizacional. Hubo un impulso fundamental de la mano de la inversión externa, levantando en 20 años un complejo que une a productores locales con las grandes empresas globales de biotecnología, de maquinaria, de insumos, con los procesadores y el poderoso entramado comercial de los alimentos.

Viajé con Jorge Castro a China en 1998. Yo quería saber si íbamos a poder vender soja, porque sabíamos que con la RR venía un aluvión.

El quería saber todo. Me hizo ver que nacía un nuevo mundo, y que había que amar el tiempo en que vivimos.

Esta semana, la poderosa ADM, una de las grandes compañías globales de alimentos, anunció que instalará su tercera fábrica de alimentos balanceados de China, en Nanjing. Procesarán harina de soja y derivados del maíz importados. Sí, en su mayor parte, de Argentina, donde también está ADM junto con otros diez grandes players globales dispuestos a volver a invertir. El desarrollismo del siglo XXI, así, se convierte en un manifiesto.