"El eje en la comunicación" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 5 julio 2014

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La “comunicación” se convirtió hace ya tiempo en una de las tribulaciones recurrentes del sector agropecuario. Maizar, que realizó su congreso anual esta semana, puso la cuestión en el centro del tablero.

Está generalizada la idea de que la sociedad “no comprende” al campo y sus actores, ni considera a la agroindustria como la locomotora de la economía y la sociedad. Esta sensación viene desde hace muchísimos años. Y aunque en el propio sector quizá no se tenga una noción cabal de la expectativa favorable que despierta el campo en la ciudad, lo concreto es que hay sectores que, con un cuatro de copas, tienen mucha más penetración en el imaginario colectivo.

La enfermedad mortal de las empresas es echarle la culpa al mercado cuando el producto no se vende. El sayo le cabe al agro. Habría que preguntarse si el marketing ha sido el adecuado. La tremenda batalla por la 125 generó la oportunidad de instalar la temática del sector. Hoy la sensación térmica es que se la dejó pasar sin pena ni gloria. No es así.

Todo el mundo sabe que en el 2008 se revirtió la curva ascendente de “el modelo” y el kirchnerismo inició la cuenta regresiva. En la creciente desesperación por reencauzar el ciclo, se fue enredando en su propia épica. La bulla sólo subraya, con gruesos trazos de evidencias, que los sojadólares ya no fluyen con la generosidad de los primeros años. La arrogancia de aquél pago de casi 10 mil millones de dólares al FMI en el 2006 contrasta con la imagen del joven Kicillof mendigando solidaridad en los foros internacionales.

Pero el campo no pudo “sacar pecho”. Miente el gobierno cuando habla de “reindustrialización”. Lo que brotó en la Argentina de la década ganada es una nueva y poderosa agroindustria, con el enorme mérito de haberla levantado a pesar de la enorme exacción de ingresos por parte del Estado nacional. En la era K, el campo y la agroindustria transfirieron a la Nación más de 100.000 millones de dólares. A pesar de ello, la producción pasó de 70 a 100 millones de toneladas. Para hacerlo, se necesitaron semillas, fertilizantes, sembradoras, cosechadoras, carros tolva, acoplados. Brigitte Bardot recomendaba ser bonita, mostrarlo y callarse la boca. Yo mostré, en mi presentación en Maizar, cómo crecieron los parques industriales de Armstrong, Venado Tuerto y tantas otras ciudades de la pampa gringa. Belleza que el campo, distraído en su protesta, retacea exhibir a la sociedad.

Vale la pena que cada uno repita el ejercicio de viajar con el Google Earth. Podrá descubrir las nuevas plantas de crushing sobre el Paraná, las plantas de semillas, de fábricas de maquinaria. Hay una función que permite mirar cómo era esto diez años atrás. Vale la pena mostrarlo: todo esto se hizo con un gobierno que exhibió, eso sí, una extraordinaria eficiencia a la hora de capturar la renta obtenida con inversión, competitividad, riesgo. El campo podría decir, con fundamento: “si hicimos todo esto bajo la munición gruesa de un enemigo explícito, qué hubiéramos hecho si simplemente cesaba el bombardeo”.

Pero en lugar de estar pensando en cómo comunicar este mensaje positivo, el agro y sus cadenas están inmersas en su propia interna. Hay decenas de organizaciones que representan a los sectores de la producción, del comercio, la exportación, los insumos, la maquinaria. La mayoría, enfrentadas entre sí. Y hay peleas, algunas con fundamentos sólidos, en el seno de muchas de ellas. En estas condiciones es muy difícil hablar de “comunicación”. ¿Comunicar qué?

Mientras tanto, los contrarios también juegan. Y, como bien mostró Mark Lynas en Maizar (ver pág.    ), el campo enfrenta, más allá de los K que ya se van, amenazas demasiado importantes como para seguir distraídos.