"Dios creó al mundo, pero..." Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 29 Agosto de 2015

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"Dios creo el mundo, pero fueron los holandeses los que crearon Holanda". En su blog, el español José Doncel recoge el viejo proverbio con el que se ufanan los súbditos de la reina Máxima. Porque en Holanda todo fue construido, en una milenaria pelea contra los embates del agua. Por algo el nombre oficial es el de “Países Bajos”.

 

Ahora, cuando las inundaciones vuelven a asolar estas pampas, vale la pena echar una mirada profunda y desprejuiciada sobre la epopeya que convirtió a Holanda en una potencia agrícola, cultivando millones de hectáreas de tierras protegidas de los embates del mar. Y de los desbordes de tres grandes ríos, el Rhin, el Mosa y el Escalda, que luego de recorrer Europa desembocan en el Mar del Norte.

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Allí viven 17 millones de habitantes. La agricultura, tecnificada e intensiva, es un sector clave en su economía. El mundo reconoce el paisaje de sus tulipanes, que decoran la campiña en franjas multicolores. Su industria lechera es imponente, con una tradición subrayada por la raza emblemática en todo el mundo: la Holstein.

Pero los tulipanes y los forrajes que comen las lecheras, así como los champignones, las frutas, las hortalizas, los trigales y los girasoles de Van Gogh, se cultivan hoy no solamente en tierras protegidas, sino en miles de hectáreas ganadas al mar y por debajo de su nivel. Un desafío ingenieril imponente, que a través de los siglos fue generando propuestas cada vez más audaces y creativas.

 

Otro proverbio, esta vez chino, dice que cuando viene el viento fuerte, unos se esconden y otros hacen molinos. Los holandeses hicieron molinos desde la Edad Media. Los usaron para bombear el agua excedente. Al principio, eran eólicos. Hoy, todavía vivitos y coleando, son Patrimonio de la Humanidad y fuente inagotable de recursos por el turismo. Más tarde, con la revolución industrial, llegaron los motores de vapor. Luego, la electricidad. Hoy, miles de molinos eólicos jalonan los tablones de flores y cultivos en los polders bajo el nivel del mar. Ya no se inundan.

 

Aquí, mientras tanto, seguimos buscando un culpable. Felizmente, se despejó la tormenta que amenazaba a la siembra directa y a su ahijada la soja, señaladas como responsables del evento. Tampoco alcanza con la explicación de las obras no realizadas. Es probable que, aun cuando las obras proyectadas hace treinta años se hubiesen concretado, no hubieran podido atajar el aluvión. Hay que barajar y dar de nuevo.

 

Hace treinta años no había biotecnología y no sabíamos nada de fertilización. Ni había plantas de urea o fosfatos. No se conocía el silo de maíz ni el grano húmedo de sorgo.

 

Hoy tenemos la siembra directa, la soja Intacta, los híbridos simples de maíz Bt, la alfalfa híbrida, las picadoras automotrices, las pulverizadoras con botalones de 45 metros que piden campo. Las fábricas de fertilizantes. Los costos por tonelada de grano bajaron sustancialmente. Es todo mucho más sustentable, con una huella de carbono que todo el mundo mira y envidia.

 

Encima, está el cambio climático, que plantea un escenario de mayores precipitaciones y eventos más torrenciales en estas pampas. Hay que convertir “tierras bajas” en agrícolas. Y protegerlas.

 

El ingeniero Oscar Rodríguez Diez, con enorme experiencia en el tema, afirma en una nota que nos envió esta semana: “con solo parte de los ingresos generados por el impuesto a las exportaciones agropecuarias, administrados con eficiencia y transparencia, en menos de una década, podrían concretarse las obras para el definitivo control de las frecuentes inundaciones; que tantos perjuicios económicos y daños personales causan. Por lo que, en principio, no habría excusas valederas para postergar su puesta en marcha”.

 

Los Países Bajos demostraron que el agua no es indomable (http://jadonceld.blogspot.com.ar/2014/04/el-polder-la-lucha-de-los-paises-bajos.html.). Pensemos en grande.