"Hay que tener mucho coraje" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 12 septiembre 2015

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Hay que tener mucho coraje para encarar la campaña agrícola 2015/16. La cuestión no es tanto la caída de los precios internacionales, sino la enorme desconfianza que, como la sombra doliente de Santos Vega, besa la alfombra de estas pampas.

A la luz de lo que aconteció en la década ganada, la desconfianza tiene fundamento. La estrategia del gobierno K, tras la derrota que le infligió el campo en la batalla por la 125, fue castigarlo por donde pudiera. La golpiza fue muy dura, pero el agro está ahí, vivito y coleando, todavía y a pesar de todo. Ajustándose.

Y el gobierno cree que le ganó la pulseada al campo porque logró dividir a la dirigencia con el cuento de la “segmentación”, de los “pequeños productores” y la “agricultura familiar”. Victoria efímera y a lo Pirro: ya no le quedan reservas ni para  el “dólar ahorro”, lo que subraya la crisis con fuertes trazos de evidencias.

El gobierno que viene tendrá que apelar al agro. Ya hay suficiente experiencia en cómo se inicia una recuperación, después del derrumbe. Pasó después de la dictadura militar, tras el desastre de Malvinas. En 1983, Alfonsin asumió con un pan abajo del brazo: una cosecha de 15 millones de toneladas, récord absoluto, duplicando la de los años anteriores. Pero erró el rumbo, aplicando las recetas facilistas de las retenciones y tipos de cambio diferenciales,  donde al campo siempre le tocaba el más bajo. Un dólar para vender, y uno mucho más caro para comprar. Un mecanismo deletéreo porque es absolutamente antitecnológico. El campo sólo podía producir sobre la base del insumo que ya estaba: la tierra. Sistema extensivo, expoliatorio, erosivo, no sustentable. Cinco años después estaba a fojas cero, y peleado con el campo. Otra vez el Banco Central con las arcas vacías.

Menem, con aquel recordado “Argentina, levántate y anda”, acicateó al campo. Hubo una incipiente recuperación, que se fue acelerando a medida que llegaba nueva tecnología. La convertibilidad, que fue muy difícil de digerir, tuvo el atributo favorable de terminar con la discriminación. Un mismo dólar para comprar, que para vender. Explosión tecnológica, de la mano de una nueva generación de productores, que aprovechaban también el “uno a uno” para viajar y abrevar en las fuentes de la agricultura moderna.

Se desencadenó así la Segunda Revolución de las Pampas. Siembra directa, fertilizantes, nuevas moléculas más eficientes y económicas para combatir malezas hasta entonces imbatibles. Biotecnología, nuevo germoplasma en trigo, maíz, soja y girasol. Intensificación ganadera, incorporando el nuevo paradigma del forraje conservado versus el pasto de cada día.

Los precios internacionales no fueron el motor de este enorme salto adelante. Todavía no habían irrumpido los chinos en la escena. Recién lo hacen a partir del 2000. A pesar de los bajos precios internacionales y las penurias que ocasionaba el atraso cambiario, el campo siguió creciendo. La crisis del 2002 lo encontró con una cosecha razonable en marcha. Otro pan abajo del brazo para el interinato de Eduardo Duhalde, que se encuentra con la sorpresa de una inesperada lluvia de dólares. No solo pudo atender las urgencias sociales, vía la reintroducción de los derechos de exportación, sino que de pronto se encontró con la reactivación de la industria automotriz, por la demanda de la recién salida del horno Hylux de Toyota.

Los productores saben que en el juego electoral, donde un hombre es un voto (asumámoslo así), nunca será factor decisorio. Por eso es comprensible su escasa predisposición a asumir  más riesgos. Ya cayó el área de trigo. La siembra de maíz, un indicador de la voluntad de invertir, será la más baja del siglo. No se compensará con más soja. Igual, el que viene tendrá de dónde agarrarse. Y quizá ya haya aprendido la lección