"La soja confirmó que no es un yuyo"

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Editorial del Ing. Agr.Héctor Huergo en Clarín Rural del 3 de marzo de 2018

Por el impacto de la sequía, en esta cosecha se perderán unas 10 millones de toneladas de soja.

El clima de la región pampeana se caracterizó siempre por su variabilidad. Al menos, es mucho más errático que el de otras importantes áreas agrícolas del mundo. Pruebas al canto: hace seis meses no se pudieron cumplir totalmente las intenciones de siembra, por problemas de inundaciones, anegamientos, caminos cortados que impedían la entrada de equipos e insumos. Quedaron sin implantar más de un millón de hectáreas. Pero lo que se sembró, evolucionó bien a fuerza de agua en el perfil, esperando que con un par de lluvias razonables se alcanzaran buenos rindes.

Era un año Niña, coincidían todos los climatólogos. Son años menos llovedores. Pero bueno, no llovió nada, y la soja confirmó que no es un yuyo. Se perdieron al menos 10 millones de toneladas de la oleaginosa y otras tantas de maíz, más allá de lo que no se pudo sembrar.

Un impacto enorme: solo en fletes, se perderán un millón de viajes de camión de chacra a puerto. Muchos que pensaban cambiar el tractor, la sembradora o la camioneta, tendrán que esperar.Unos cuantos productores, chicos, grandes, mejores o peores, quedarán en la banquina.

La alternancia de sequías e inundaciones se convirtió en una de esas clásicas tribulaciones de los argentinos que, por su recurrencia, generan una amarga imagen de inmovilismo. Ahora aumenta la virulencia, seguramente bajo el manto amenazante del cambio climático.

El titular de la agencia ambiental de los Estados Unidos, Scott Pruitt, un negacionista del calentamiento global, finalmente capituló: reconoció hace pocos días que los científicos tienen razón. Pero aventuró que el cambio climático es bueno para la humanidad. Por lo que estamos viendo, no es lo que se advierte en estas pampas. ¿Podemos hacer algo para cambiar la historia?

Podemos, y debemos. En primer lugar, entró en crisis el modelo de las retenciones como mecanismo para redistribuir la renta agrícola en la sociedad. Desde que se reimplantaron los derechos de exportación, en el 2002, el sector agrícola trasfundió 80.000 millones de dólares al Estado. Nada de ello volvió al sector.

Suena descabellado, incluso para adentro del sector. Pero la realidad es que con la mitad de esa plata se construyen tres Países Bajos, donde se aprendió a manejar el agua, ganando tierras al mar, haciendo polders y represas, regando pasturas, invernáculos y campos de tulipanes. Es un gran exportador de productos agrícolas a todo el mundo.

Con la otra mitad, los productores podrían haber aprovechado el agua de los ríos, arroyos, represas y canales, incorporando riego mecanizado. Claro, para que sea viable la tarifa eléctrica, o el gasoil, debieran exhibir una menor carga impositiva.

La planta estaba, en la soja, en el maíz, en el trigo. Mientras tanto, el gobierno lucha por conseguir financiamiento para obras que simplemente atenúan el impacto de las inundaciones. Son fundamentales, pero insuficientes, sobre todo cuando calculamos el lucro cesante de las millones de toneladas perdidas por exceso y defecto de agua. Además de hacer todo más previsible, lo que acelera el flujo de tecnología de alto impacto.

El ministerio de Agroindustria convocó, esta semana, a una amplia mesa para analizar cómo administrar el riesgo climático. En la mesa se puso otra vez la cuestión del seguro sobre el tapete. Existen muchas y excelentes compañías de seguro.

Una buena ayuda sería abaratarlo, y para ello lo mejor es considerarlo como un insumo de la producción, y no como un servicio. La diferencia es que en un caso paga el IVA y en el otro está exento, como el seguro de vida.

Lo mejor sería terminar con el flagelo de las retenciones. El gobierno va a recaudar igual más de 5.000 millones de dólares. Es el doble de lo que van a perder los productores.