"La mirada en la góndola"
Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 11 de noviembre de 2017
La idea de dejar de ser el granero del mundo para convertirse en el supermercado del mundo, que se convirtió en el leit motiv de la era Macri, tuvo un principio de consagración en AlimentAr, que se concretó esta semana en Tecnópolis. Un gran evento “B2B”, es decir, de negocios entre empresas, más que una exhibición de la enorme oferta de productos argentinos y de los países vecinos.
Aliment.Ar es un verdadero salto cualitativo. Un enorme éxito conceptual. Hace unos años el pensamiento económico predominante había instalado la idea de que la palanca del desarrollo era la “industria pesada”, o los “sectores básicos” (petróleo, petroquímica, etc). Cundía la muletilla del “acero vs. caramelos”, con cierto tufillo burlón para quienes creían(mos) en el desarrollo a partir de las ventajas competitivas en torno al sector agroalimentario.
Pero la realidad siempre se rebela, dice Jorge Castro. Llegó la Segunda Revolución de las Pampas con su abanderada la soja. En apenas veinte años, pasó de curiosidad botánica a curiosidad económica: hoy la Argentina es viable porque hay un piso de 20.000 millones de dólares anuales de flujo competitivo.
No es extraño entonces que la Unión Industrial Argentina esté presidida por un hombre de la agroindustria. Y que la Copal, la entidad que agrupa a las principales empresas de alimentos de la Argentina (en un 90% pymes de un conglomerado multicolor) sea uno de sus brazos fuertes.
Ahora vamos por más. Pensar en alimentos procesados pululando en las góndolas del mundo es un horizonte tentador. Nadie cuenta con los insumos básicos en semejante abundancia y calidad. Es una excelente plataforma para atraer inversiones, generar empleo y agregar valor.
Pero no debe implicar un menoscabo a la actual canasta exportadora, integrada fundamentalmente por insumos básicos (granos y productos del complejo agroindustrial sojero). Y otros con mayor valor agregado, aunque en el imaginario colectivo –e incluso en la conceptualización de varios expertos—aparecen como “productos primarios”. Por ejemplo, las carnes, que son productos de “segundo piso” porque, precisamente, se obtienen a partir de granos forrajeros y harinas proteicas de origen vegetal (harina de soja).
El gran desafío es lograr que la competitividad que alcanzó el complejo sojero se mantenga en el eventual down stream. Y la gran pregunta es por qué, a medida que avanzamos en el grado de elaboración, se va escurriendo la ventaja competitiva en un agónico goteo. En los foros que acompañaron las rondas de negocios de AlimentAr, este fue el telón de fondo. Infraestructura, impuestos, régimen laboral. Es la tarea del Estado, que no está para “marcar la cancha”, como dijo algún funcionario, sino para facilitar los negocios.
Estado facilitador es el de las negociaciones internacionales, el de la lucha contra el proteccionismo, que a pesar de lo que parecía haberse avanzado, muestra sus propios brotes verdes. El lobby agroindustrial de los países desarrollados cobró fuerza y se expresó con gruesos trazos de evidencias en las trabas al biodiésel, la mala noticia del momento. Todo el mundo quiere llevarse el trabajo a su casa y en eso están los estadounidenses de la era Trump, los europeos y los inefables chinos.
Pero por el lado positivo aparecen los avances en la relación Mercosur-UE, con la presencia del vicepresidente europeo en el país, quien se reunió con el Canciller y el propio presidente Mauricio Macri. Negociaciones clave, a la hora de generar una plataforma que nos permita avanzar con la idea de avanzar hacia la góndola. Porque, aunque la mayor parte depende de nosotros, los contrarios también juegan.
"Un presente griego para Etchevehere"
Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 4 se noviembre de 2017
Flaco favor le hizo el gobierno al recién nombrado Ministro de Agroindustria, Luis Miguel Etchevehere. Antes de asumir, recibió un presente griego: impuestos a varios productos clave para las economías regionales (azúcar y vinos en particular), y un castigo letal para la industria de los biocombustibles.
El gobierno sabe que nunca va a tener más poder que en los primeros días del resonante triunfo electoral, y la angustia fiscal impuso su impronta. Los tiempos políticos no consideraron el matiz del recambio ministerial. Respira aliviado Ricardo Buryaile, el ministro saliente. Sus ex pares de Hacienda y Energía estarán pensando “el primer chico en casa”.Y Etchevehere tendrá que lidiar, de entrada, con una pesada mochila: los grandes temas del sector se definen en otras áreas. ¿Podrá revertirlo? ¿Querrá? Su principal capital es su excelente relación con el presidente Mauricio Macri. Tendrá que consumir parte de sus cartuchos en una batalla inesperada. Sabe también que no tiene el as de espadas para dar vuelta la mano.
En el caso del vino y el azúcar, el paquete vino con un moño inesperado: los comentarios justificando la gabela con el argumento de lo saludable, con lo que más allá de que la medida avance en el Congreso (difícil), ya se infligió un severo daño a ambas cadenas. Si los impuestos prosperan, el castigo será doble. Al impacto directo en el consumo generado por el encarecimiento, se suma el efecto de una campaña implícita en los dichos de encumbrados funcionarios de Economía.
Es además muy peligroso que se eche mano a argumentos de salud pública para encubrir el afán(o) recaudatorio. Una cosa es hacer campaña contra el abuso de ciertos alimentos y bebidas desde las áreas pertinentes, y otra es que desde Hacienda se apostrofe contra el consumo de vino o bebidas azucaradas.
¿Por qué no meterle un impuesto a la hamburguesa en nombre del colesterol? Más ideas: tasa a la harina y sus derivados, porque Cormillot dice que engordan. Otra al kiwi porque es alergénico para algunos. Gravar la batata porque produce flatulencias calientes, y a la papa frita porque es peor que la papa hervida. A la milanesa de soja porque viene con genes.
A los azucareros les pegó por partida doble. Además del castigo fiscal, está la rebaja brutal del precio del etanol: un 15% ahora y otro 15% dentro de tres meses al proveniente de la caña de azúcar, y un 22% al que viene del maíz. Recordemos que el maíz es también la materia prima del jarabe de fructosa, que compite con el azúcar de caña como edulcorante de las bebidas cola.
Una doble Nelson que se inscribe en el persistente esfuerzo por destruir la industria de biocombustibles, que había sobrevivido en la angustiante selva K. Para completar el apriete, también se redujo un 4% el precio del biodiésel para el mercado interno, castigando a decenas de pymes del interior que lo abastecen.
Y todo apenas una semana después del apurado aumento del 10% en los combustibles en surtidor el primer día luego del triunfo electoral. También hubo rumores acerca de un posible aumento de las retenciones a la exportación de biodiésel, como forma de “superar” el conflicto con EE.UU. Sería terrible.
Recibí estas noticias cuando me bajaba del avión, volviendo de Turín, donde FPT Industrial (empresa de CNH) presentaba una línea de motores a gas. La “prima donna” era su futurista tractor a biogás, una vuelta de tuerca en el objetivo de un mundo de menos emisiones y con una matriz de energía y combustibles más abierta y diversificada. El biogás implica la valorización de residuos de explotaciones intensivas (bosta) y de cultivos energéticos, en particular el maíz para silo.
Veremos en los próximos días si estos temas formarán, o no, parte de la agenda del flamante ministro de Agroindustria.
El letargo del "yuyo"
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 27 de octubre de 2017
En la Argentina, los rindes sojeros se estancaron en las últimas campañas y se invierte poco en fertilización.
En un reciente artículo, el prestigioso Financial Times colocó a la soja en el centro de la escena. Bajo el título “El grano del siglo XXI”, le destina una amplia cobertura, explicando que el driver de la expansión es la transición dietética que experimenta la República Popular China y otros países asiáticos. La mejora en los ingresos y el fenómeno de la urbanización motorizan un mayor consumo de proteínas animales. Y éstas se producen echando mano a una fuente de proteína vegetal, hoy insustituible, que es la harina de soja.
Es una gran noticia para la Argentina, que sigue ocupando el tercer lugar en el podio global de los productores de soja, detrás de Brasil y Estados Unidos. Sin embargo, la buena nueva se empaña cuando miramos la performance comparativa entre los tres grandes “players”. Estamos perdiendo posiciones, claramente.
Mientras Estados Unidos y Brasil siguen expandiendo la producción, combinando el aumento de la superficie y de los rendimientos, aquí estamos estancados. Y es probable, casi seguro, que en la próxima campaña habrá un achique considerable: quizá unas 3 millones de toneladas, fruto de una caída de la superficie de aproximadamente un millón de hectáreas.
Es cierto que la recuperación del área con cereales, como el maíz y el trigo, es una de las causas de esta reducción. También hay pérdida de área como consecuencia de las inundaciones en el oeste de la pampa húmeda. Pero estos fenómenos no deben hacer perder de vista un hecho mucho más grave: se han estancado los rendimientos.
Mientras en los Estados Unidos la tendencia del rinde a nivel nacional está creciendo a un ritmo de casi un quintal por hectárea y por año, aquí perdimos viento. Aquí, entre la revolución de la RR (Nidera) y los grupos 4 (Don Mario), cuando despuntaba el siglo XXI los rindes subían con saltos de 2 quintales por año. En cinco años pasamos de 1,8 a 2,8 toneladas por hectárea. Pero a partir del 2010 no pasó gran cosa.
Esta semana, la organización Fertilizar presentó un trabajo que puso el acento en una de las causas del fenómeno. La falta de una adecuada nutrición del cultivo de soja tiene un impacto sensible en esta flojera. Se está usando la mitad del fósforo y el azufre que requiere la simple reposición de lo que se lleva cada tonelada de soja, afectando no solo los rindes sino la remanida cuestión de la sustentabilidad.
Lo más paradójico es que la relación insumo/producto es favorable. La soja devuelve con 450 kg adicionales cada hectárea correctamente fertilizada. Son 120 dólares, frente a un costo de 40. Tres a uno.
Puede argumentarse que están las retenciones, hoy en el 40%. Correcto: si no existieran, ese 3:1 pasaría a 4:1. No es moco de pavo. Ayudaría a romper la barrera que se autoimponen los más remisos. Algún día habría que calcular el extraordinario lucro cesante que, a nivel nacional, está generando la falta de una solución más imaginativa para sustituir los derechos de exportación por el impuesto a las ganancias.
Lo que más afectan es, precisamente, la relación insumo/producto, generando un claro sesgo anti tecnológico. El Estado se lleva 500 dólares por hectárea, diez veces más de lo que el productor necesita para abonar el cultivo. La falta de fósforo no está tanto en el suelo como en el cerebro. La soja es el principal producto de la economía, 20.000 millones de dólares de exportaciones. El estancamiento nunca será gratis.
Pero lo concreto es que el productor parece haber alcanzado una especie de estado de confort con esos 3.000 kg/ha que cualquiera logra sin mucho empeño. El tema que impregna todo es el (para nada menor) de las malezas tolerantes. Y el de la “agricultura por ambientes”.
Son estrategias necesarias, pero defensivas. El “yuyo”, tan golpeado, padece el letargo. Hay que volver a la mística de hace veinte años, aquél vértigo de la carrera de los rindes. Y volver a pelear la punta.
"Ganadería en mejora continua"
Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 14 de Octubre de 2017
En Córdoba, Luis Picat armó una granja porcina ultra intensiva y con los efluentes genera el 70% de la energía que necesita el establecimiento.
Decíamos la semana pasada: “Argentina tiene el derecho de pararse frente al mundo y remarcar que en ninguna otra parte se han logrado sistemas de producción más amigables con el medio ambiente, eficientes y sustentables”. Nos referíamos a la agricultura de la siembra directa, la biotecnología, el ahorro de nutrientes, la maquinaria cada vez más eficiente.
Y agregamos también algunos conceptos que remarcaban la mejora ambiental de nuestro sistema ganadero, transitando velozmente el sendero de la intensificación. Bueno, hay más noticias para este boletín.
En el increíble congreso CREA Tech, que se celebró esta semana en el estadio Orfeo de Córdoba, me tocó coordinar el panel de bioenergía. Allí se presentaron un par de casos que implican un “up grade” sobre lo mucho que ya se hizo, subrayando con gruesos trazos de evidencias que también en la ganadería hemos ingresado en una espiral de mejora continua.
El primer principio de la ecología es la eficiencia en el uso de los recursos naturales. “Industria” es, por definición, la transformación de estos recursos. La actividad humana inteligente apunta a crear más y mejores productos, en todos los terrenos. Alimentos y bioenergía son industria verde. Un proceso de “intensificación” significa un mejor uso del recurso básico: el suelo. Es decir, la superficie fotosintética, la lluvia que cae sobre él (o el riego), el aprovechamiento del CO2 y la captura del nitrógeno del aire.
En estas pampas se triplicó la cosecha en el último cuarto de siglo. Se transfirieron 15 millones de hectáreas que estaban en uso “extensivo” (es decir, en planteos de baja productividad), básicamente praderas arruinadas por el sobrepastoreo y el enmalezamiento.
Campeaban el sorgo de Alepo, el gramón. Y las leñosas invasoras en el monte degradado. Sin embargo, a pesar de este extraordinario cambio en el uso del suelo, la ganadería logró mantener su stock. Pero todo proceso industrial tiene sus externalidades negativas. Eso no lo descalifica, simplemente obliga a resolverlas, mitigarlas o compensarlas. Es lo que mostraron los empresarios cordobeses Luis Picat y Víctor Giordana.
Picat inició un criadero de cerdos super intensivo. El sistema funciona en confinamiento total, desde la gestación de las 1.000 madres hasta el capón terminado. Sólo le faltaba resolver el problema del efluente, los purines de los cerdos que en estos sistemas no se pueden esconder debajo de la alfombra.
Convencido de que ese problema era una oportunidad, mirando la bosta como un recurso, salió al mundo a buscar un biodigestor. Lo encontró en Alemania, pero su alto costo lo llevó a pensar en una adaptación criolla. Bueno, hoy está generando 200 kilowatts y se autoabastece del 75% de la energía que necesita el criadero. Próximo paso: duplicar el criadero con biodigestor y todo, y meter otro en su frigorífico. “La generación de electricidad con residuos del agro, la industria y los municipios tiene enorme potencial”.
Víctor Giordana, por su parte, contó que hace seis meses instaló una “minidest” en su feedlot. Una inversión de más de 3 millones de dólares, en un acuerdo con José Porta, continuador de una firma que lleva más de cien años fermentando maíz. La idea de Giordana era eliminar el costo del flete a puerto, que se lleva dos tercios del valor. Porta se lleva el etanol y él se queda con la burlanda, que hoy es el 30% del alimento que consumen sus terneros. Productividad, más el plus del bioetanol. Ecología al cubo.
A ambos los escuchó atentamente el Director Nacional de Energías Renovables, Maximiliano Morrone, quien no ocultó su sorpresa y beneplácito por esto que está sucediendo: “La provincia de Santa Fe podría generar el 80% de la energía que produce usando los efluentes de su explotación ganadera”.
"Bajo el escrutinio del público"
Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 7 de octubre del 2017
La producción agropecuaria, en todo el mundo, está bajo el escrutinio de la opinión pública. Los consumidores, sometidos al bombardeo de muletillas que cautivan apelando a emociones fáciles, están desconfiando de la forma en la que se producen los alimentos. Se alteró un contrato social vigente desde el neolítico, cuando la agricultura liberó a la humanidad de la dependencia de la caza, la pesca o la recolección.
Es cierto que se han cometido excesos, fundamentalmente en los países desarrollados, empezando por la vieja Europa. Los subsidios agrícolas, vía precios, hipertrofiaron el uso de insumos con alta respuesta productiva, empezando por los fertilizantes. Ponían mucho más de lo necesario, porque la ecuación siempre cerraba.
No solo se generaban excedentes agrícolas, sino que el nitrógeno, el fósforo, el potasio, percolaban en los suelos y drenaban hacia ríos y lagos. La “eutroficación” (exceso de nutrientes) provocaba la hipertrofia de algunas especies, la escasez de oxígeno, la muerte de peces. Los derrames de productos de protección de cultivos elaborados en grandes y emblemáticas plantas de Francia, Alemania u Holanda fueron el detonante, surgieron “los verdes”.
La impronta del mal llamado “ecologismo” es la tecnofobia. La razón deja su lugar a la emoción. Y todo se demoniza. En la Argentina, tomamos con enorme facilismo toda la artillería ambientalista, y potenciamos el estado de sospecha sobre todo lo que se hace en materia de agricultura y producción de alimentos.
A diferencia de la vieja Europa, aquí nunca se subsidió a la agricultura. No solo no se podía tirar manteca al techo, sino que ni siquiera se podía aplicar un nutriente que repusiera al que se llevaba el grano o la carne.
Desde que se domaron las pampas, vivimos de lo que había en el suelo. Exportábamos pampa húmeda en grageas. La relación de precios entre el fertilizante y el trigo, o la carne o el maíz, no daban para pagar la reposición. Además, toda nuestra genética se adaptaba a suelos de fertilidad decreciente. Un modelo defensivo, que no era sustentable a largo plazo.
Hace un cuarto de siglo, se tomó conciencia de la situación. También cambió el marco macroeconómico por algunos años. Fue posible, a partir de los 90, la incorporación de nueva tecnología. En dosis homeopáticas, pero comenzamos a recorrer el camino de la intensificación razonada.
Sobre la marcha, llegaron nuevas herramientas. Una de ellas fue la biotecnología. La introgresión de genes de tolerancia al herbicida glifosato desencadenó una verdadera revolución ecológica: la de la siembra directa. No solo dejamos de consumir el 70% de combustible, sino que activamos la captura de carbono en los suelos, al no oxidar el rastrojo.
Más carbono en el suelo es menos en la atmósfera. Pero también dejamos de usar herbicidas incorporados al suelo, para aplicar sólo sobre la planta. Se expandió la soja, que no utiliza nitrógeno porque se lo provee a sí misma gracias a la simbiosis con la bacteria Rhizobium. No hay lixiviación ni drenaje hacia arroyos y lagos.
El avance agrícola también llevó a cambiar la forma de producir en ganadería. Mediciones del Dr. Guillermo Berra en el INTA de Castelar mostraron cómo la sustitución del pastoreo por el engorde a corral reduce las emisiones de metano de los rumiantes. En la visión clásica, que viene del Norte, este cambio en el sistema de producción no ha sido considerado y sin embargo es lo más sustancial que ocurrió en la ganadería argentina.
Hay mucho para hacer, todavía, en el ancho pavimento de las buenas prácticas agrícolas. Pero la Argentina tiene el derecho de pararse frente al mundo y remarcar que en ningún otra parte del mundo se han logrado sistemas de producción más amigables con el medio ambiente, eficientes y sustentables. El resto es cháchara…verde.