"Un liderazgo que duele" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 8 febrero 2014


En los mercados agrícolas, esta semana pasará a la historia por un hecho que en la Argentina pasó totalmente desapercibido: el valor de la harina de soja rompió el umbral de los 500 dólares la tonelada, marcando un récord absoluto.

Dicho así, parece una anécdota. Y no faltará quien piense que traerlo a colación es una manera de patear la pelota bien lejos, fugándonos de la dramática situación económica que atraviesa el país. No es la intención…más bien todo lo contrario. Veamos.

Primero, conviene recordar que la harina de soja es el principal producto de exportación de la economía argentina. En los últimos 20 años se levantó una poderosa industria de “crushing”, con capacidad para procesar (agregando valor en origen) 55 millones de toneladas por año. Esto es, más que la mejor cosecha.

Esta poderosísima estructura industrial, compuesta por 30 plantas de última generación y enorme escala, instaladas sobre la hidrovía del Paraná, lidera el mercado mundial de harina de soja y es claramente la formadora de su precio. En otras palabras, el mundo de la harina de soja baila al compás de la oferta argentina, que factura 15.000 millones de dólares por los embarques de este producto, el más dinámico de los commodities agrícolas desde hace dos décadas. La transición dietética hacia las proteínas animales, en el sudeste asiático y Medio Oriente en especial, desataron el boom del “soy meal”.

Pero ahora la oferta argentina escasea agudamente. Las fábricas están a media máquina y el mercado lo está sintiendo. Aun cuando la demanda se ha visto amenazada por un brote de gripe aviar en China (que amenazó con la liquidación de pollos, principal destino de la harina de soja) y los rumores de vaca loca en Alemania, lo que sobredetermina el “momentum” es el escamoteo de la harina argentina.

¿Cuál es la razón de esta faltante? Aquí hubo una buena cosecha, de 48 millones de toneladas, muy superior al fracaso de la anterior, de menos de 40. Pero de aquéllas 48, se vendieron y embarcaron 41,5. Otro millón y medio se reserva para cosecha. Quedarían unas 5, que en condiciones normales permitirían empalmar ajustadamente y sin carry over con la próxima cosecha (llega en abril). Es apenas el 10% de la cosecha.

Pero la incertidumbre cambiaria fue llevando a una creciente retracción de la oferta local. El incremento en el ritmo del ajuste del dólar operó como un estímulo a la retención.

El gobierno se enervó y pateó el sulky: el jefe de gabinete, el ministro de economía y su par de agricultura no se ahorraron diatribas contra los sojeros y los exportadores. Se dejó correr la noticia de una inminente Junta de Granos. Y se volvió a la carga con declaraciones enervantes, como el beneficio del 15% del IVA al fertilizante, sin mencionar que los granos se venden con un IVA también del 15%. O el reembolso para maquinaria agrícola, que no es un beneficio para los productores sino para los fabricantes nacionales.

En la inteligencia (¿?) de que si retaceaban el crédito del Banco Nación, los productores se verían obligado a vender estos saldos y retazos de soja (nada despreciables 3.000 millones de dólares). Consecuencia: los chacareros no sólo no vendieron, sino que se frenó a la industria de maquinaria agrícola, absolutamente Banco Nación dependiente.

No falta mucho para que llegue la próxima cosecha. El gobierno debe armarse de paciencia, porque la liquidez va a llegar. Los productores líderes siguen atentamente los mercados y ya vieron que hay fuertes caídas desde marzo. Y saben también que la firmeza actual es consecuencia de la reticencia argentina.

Pero mientras permanezca el nerviosismo y la inestabilidad, los productores seguirán refugiándose en su moneda, que es la soja, a pesar de que pareciera más racional tomar los buenos precios actuales.

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