"Día fundacional en Christophersen"

Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 2 de noviembre de 2017

Esta semana se inauguró el biodigestor en el megatambo de Adecoagro.

El ministro de Agroindustria, Luis Etchevehere, estuvo presente en la inauguración.

Fue un día fundacional. Otro más en la saga fenomenal de la Segunda Revolución de las Pampas. La inauguración de la planta de generación eléctrico en el megatambo de Adecoagro hizo quebrar de emoción no solo a Ernesto Pittaluga, gerente de lechería de la empresa, en el final de su breve discurso. Lagrimeaban hasta el flamante ministro de Agroindustria, Luis Miguel Etchevehere, Mariano Bosch, el CEO de Adecoagro, y todo el equipo que había concretado una verdadera ruptura paradigmática en la forma de producir leche en la Argentina.

Yo también lloré. Un sueño convertido en realidad. En realidad, lo que se inauguró fue mucho más que un biodigestor. Se concretó la fase final de un círculo virtuoso, donde cada factor de la producción cumple con una misión específica. La tierra, la mejor tierra del país, en las suaves lomadas de Christophersen --a pocos metros de la famosa Picasa que siempre es mala noticia--, se dedica a la producción del alimento. Fundamentalmente, maíz, para grano y silaje. Pero también avena y trigos para ensilar. De 15 a 20 toneladas de materia seca de alta calidad para alimento de las lecheras.

Y la vaca cumple la función de transformar ese alimento en leche. Para explotar el extraordinario incremento del potencial genético de las vacas Holando, había que darles todo el confort. Empezando por evitar el costo energético y las penurias de los traslados continuos del pasto al tambo. Así, las vacas promedian desde hace un año los 37 litros por día. El doble que la media nacional, que dispone de la misma genética. Convierten un kilo de materia seca en 1,5 litros de leche.

El modelo Adecoagro permitió superar la enorme restricción para avanzar en escala. En Christophersen hay dos tambos de 3500 vacas cada uno. Se ordeñan en sendas calesitas a un ritmo de 500 vacas por hora, tres veces por día. En el país existen grandes productores de leche que desdoblan sus rodeos en varias unidades, y cada una se maneja con el sistema tradicional: un tambero que capitanea todo el manejo, desde el pasto hasta el ordeñe. Siete días por semana, dos veces por día.

Mariano Bosch se empeña en explicar que ellos no están cuestionando otros modelos, que pueden a su juicio ser funcionales. Pero rescata que este sistema les resulta funcional también desde el punto de vista de la organización del trabajo y la calidad de vida de los operadores. Turnos rotativos de ocho horas, la gente vive en el pueblo y unas combis los llevan todos los días al campo. Los niños van a la escuela, al club y socializan con sus amigos, rompiendo la dicotomía entre “los chicos del campo” y los de la ciudad. Una brecha que se disipa.

No hay que boyerear ni arrear las vacas bajo la lluvia, el frío, el calor y el barro. El confort no es tanto para las vacas como para la gente. Todo se controla mejor, desde el parto en el establo, la sacada de celo, la inseminación.

Y un dato clave. Bosch asegura que aún en los peores momentos de la lechería, como los que se vivieron en los últimos años, el sistema fue rentable. Nunca dio números en rojo, a pesar del costo de cualquier curva de aprendizaje. Por supuesto, no pueden darse el lujo de que algo falle. La clave es mantener la producción por encima de los 35 litros por vaca y por día. Están convencidos de que se puede.

Y convencieron a los accionistas, que hoy son miles de inversores. Hace cinco años abrieron su capital en el Nasdaq de Wall Street, donde cotizan bajo la sigla AGRO. Allá valoran no solo los números, sino también el valor de la sustentabilidad. Que incluye lo económico, lo ambiental y también lo social.

 

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