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"El Mito del Valor Agregado"

Editorial de Héctor Huergo para Clarín Rural -

El primer acto público de CFK después de la debacle electoral tuvo como eje al agro. Fue a Tecnópolis a lanzar el programa Agrovalor, que impulsará a las escuelas agrotécnicas. Allí no sólo disparó munición gruesa contra todo el mundo, provocando una reacción generalizada, sino que repitió una serie de muletillas deletéreas para el sector agropecuario. De esto vamos a hablar.

 

Es muy bueno que el Ministerio de Agricultura una esfuerzos con el de Educación para fortalecer las agrotécnicas. En los últimos años he actuado, junto con otros colegas, como jurado en un concurso que organiza la empresa Nidera, denominado “Qué hay de nuevo en mi suelo”. He podido comprobar el enorme compromiso de los docentes y el entusiasmo de los alumnos por entender el proceso productivo en su fase crucial, que es el gerenciamiento de la fotosíntesis. Comprobé también la precariedad de medios con que se desenvuelven, que se expresa en la alegría por lograr algunos medios para experimentar. El desiderátum es cuando ganan una computadora o algún otro premio que les permite mejorar la gestión.

Pero el paradigma propuesto en “Agrovalor”, según se escuchó a la presidenta y según reza el comunicado del MinAgro, es que el verdadero valor no está en la producción del agro (gerenciamiento de la fotosíntesis) sino en lo que hagamos después con sus productos, que son “primarios”. Conceptualmente es un grave error. Y lo más serio es que se trata de un error funcional al “modelo”: una falla fundacional que justifica la exacción de recursos de la actividad básica a través de las retenciones.

El mensaje es que el valor no está en la producción de commodities sino en lo que hagamos con ellos. Entonces, a los chicos de las agrotécnicas les vamos a decir que no se preocupen por las malezas resistentes, por la nutrición de los cultivos, por el fósforo, el azufre y el potasio, sino por “el valor agregado” posterior. Lo más grave es que seguramente meterán su impronta las ideas de la “chacra industrial autosuficiente”, que se agitan en algunos cenáculos.

La visión de quienes impulsamos la Segunda Revolución de las Pampas es que los productos básicos del agro constituyen los de mayor valor agregado de la economía argentina. Entendemos valor agregado como la relación insumo/producto. Cuántos pesos o dólares ponemos, cuántos sacamos. Grado de elaboración es otra cosa, no siempre agrega valor genuino. Cualquier industria es plausible, pero no cualquier industria termina siendo buena.

El cluster sojero es la mejor demostración. Parte de la enorme competitividad de la producción básica. El chacarero es el coordinador de una línea de montaje a la que concurren “just in time” decenas de insumos, equipos y servicios que se convierten en ese poroto que sale de la chacra. Sembradoras, cosechadoras, fumigadoras que se digieren a sí mismas en esta transmutación. Chapa, fundición, plásticos, electrónica, software, GPS, comunicaciones, todo eso entra en el proceso “industrial”. Obtenido el producto, se sube a un camión y va al puerto. Camionero, neumáticos, gomería, parrilla, estación de servicio, gasoil. Llega a la fábrica y continúa la cascada: crushing, separación de los componentes, harina y aceite. La harina se hace pollo. El aceite, biodiesel. Se obtiene glicerina. La glicerina se mete en un pomo de dentífrico. El mundo se lava los dientes con soja argentina.

El día que comprendamos que el trigo, el maíz, la soja, el girasol, la carne y la leche no son “productos primarios”, sino productos finales de un riquísimo proceso de agregación de valor, volveremos a crecer. Es la base de la pirámide. Lo que ha convocado a enormes inversiones en la cascada de valor posterior por parte de empresas nacionales y los principales actores mundiales del mercado alimenticio y agroenergético. La Argentina Verde y Competitiva.

 

 

 

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